lunes, 3 de octubre de 2016

UN ATENTADO COBARDE

Un día lunes en la tarde
llegué a casa de un amigo,
donde pude ser testigo
de un atentado cobarde.
Está el boche que se arde,
la mujer vuelta una fiera.
Ella con voz lastimera
quiere ofrecerle la cama;
y le dan comienzo al drama
de la siguiente manera:

- Anda a acostarte, José!,
duerme siquiera un momento,
no querís tomar ni asiento,
hombre, dímelo por qué.
Desde cuando me casé
te encuentro esta indiferencia.
¡Vaiga, hombre sin conciencia!
¿Me querís quitar la vida?
Con tu maldita bebida
vas a concluir mi existencia.

-¡Cállate, mujer fregada!,
ya te dio por molestar.
Si yo me pongo a gustar
a vos no te importa na’a
de que llego por allá
y me recibes con boche.
Si me apuras, tomo un coche 
y voy a seguir tomando
adonde estaban cantando;
no vuelvo en toda la noche.

- Bastante te asentaría,
si cumplieras lo que haz dicho;
salieras con tu capricho
con satánica porfía.
Lo que ganas día a día
se lo das al cantinero
y yo prevenirte quiero
para que dejes el vicio
que te arrastra al precipicio
y llamas al venidero.

- Gûena cosa, mujer lesa;
hablás de pura mañosa,
no te falta ni una cosa
y siempre lloras pobreza.
¿De qué vale la riqueza?,
eso ‘e tener propiedades
pa’ que las autoridades
se pasen cobrando impuestos.
Por eso es que yo protesto
de tener comodidades.

- ¿Qué comodidades tienes?
De nuevo puedes explicarte:
no tienes donde sentarte;
desde luego, ¿a qué te atienes?
Dime ¿cuáles son los bienes
de los cuales me haz hablado?
Y dime ¿Qué habís pensado
que no querís trabajar?,
que estás dispuesto a pasar
toda la vida curado.

- Con tanta bulla de asiento,
en sentarme no hago malo,
en el suelo o en un palo
y siempre quedo contento.
Eso del lujo es un cuento;
yo para nada lo quiero.
¿Muebles?, tienes un brasero,
una olleta, una mesa,
un cucharón y una artesa
y un tarro de lavadero.

- ¡Que hombre tan sinvergûenza
y amigo de hacerse el leso!;
tiene alcoholizado el seso
y por eso poco piensa.
Ser rico le crea ofensa
y nunca buscar trabajo.
Y tu lujo es ser borracho,
calle arriba y calle abajo.
Ya no vales ni un carajo
Y hasta te las das de lacho.

- Bastante me has insultado;
ya te voy a poner freno;
yo me he pasado de bueno
que tanto te he soportado;
porque me viste curado
me agarraste a sermones.
Soy yo el de los pantalones
y en tal tú debes callarte
y ahora para probarte
toma este par de trompones.

- ¡Ay, ay, ay!, José, por Dios,
ya me echaste un ojo afuera,
me apagaste la lumbrera
de hombre tan bueno que sos.
Este golpe tan atroz
de hombre malo te da fama.
Juro por honor de dama
que por pegarme, ignorante,
desde hoy en adelante
no duermes más en  mi cama.

(Estudios fisiológicos, Universidad Austral de Chile, 2002, pag.s 50-51)