sábado, 21 de diciembre de 2013

DOÑA SANTITOS (Marta Brunet)

Y no hubo más comentarios y me olvidé de doña Santitos.
A la semana apareció otra vez en su vehículo colonial, transfigurada, con un rebozo a grandes cuadros, un pañuelo rojo en la cabeza, la sonrisa tajeándole la cara y los ojos en baile de gozo. Detrás venía el muchacho con un canasto con verduras, un pato y un ramo de cóguiles. Había mejorado y aquello era su presente de gratitud.
Me quedé estupefacta. La vieja hablaba manoteando. Me hacía sopesar el pato, estimar las hojas prietas de un repollo, admirar los granos del maíz, oliscar los cóguiles que reventaban de maduros. Hablaba, hablaba, hablaba. De ella, de mí, de Saldaña, de su alivio, de mi saber, de su alegría, de mi bondad, de su agradecimiento, de Saldaña. ¿Quién sería Saldaña?
Era una taravilla. Pregunté, interrumpiéndola:

  • ¿Pero ya no siente el bulto?
  • No, iñorita. Es como si me l'hubieran quitao con la mano. Y hay que ver los años que llevaba fregándome, con permiso de su mercé y disculpas por la palabra. ¿No es cierto, Saldaña?

El muchacho dio un gruñido que bien podía ser sí o no. Parecía un perrazo nuevo, grande, desmañado, con una cabeza enorme y ojos buenos de lealtad y cariño.

  • ¿Saldaña es su hijo?
  • M'hijo... ¡Bah, iñorita! Las cosas... Saldaña es mi marío.
Abrí los ojos abismados. Pero...

  • Sí -prosiguió la vieja-, es mi marío, es decir, casaos no estamos, ni falta qui'hace. Vivimos así no más, ya van pa' los tres años. Es sobrino de uno de mis finaos, del tercero, porque con Saldaña hey tenío cuatro maríos; es sobrino y muy güeno; de los cuatro es el que mi'ha salío mejor.

El muchacho la miraba sonriendo, sin nada en la expresión que no fuera cariño. Y la vieja -más y más locuazmente confiada- siguió diciéndome en voz baja:

  • Güeno, con el primero me casé por too lo que hay que casarse, y viera cómo me salió el condenao... Estaba seguro de qu'hiciera lo qu'hiciera, siempre sería mi marío, amparao por la ley y por l'iglesia. Su mercé sabrá que tengo una hijuelita que vale sus pesos. Por na no la embargaron pa' pagar lo que debía. Me abandonaba. Se iba pa'l pueblo a remoler. Se curaba. Me trataba pior que a perro. Hasta que al cabo se murió. Entonces jui yo y me'ije: "No, pues, Santos, no habís de ser más lesa. No te volvai a casar. Si querís otro hombre, vivís así no más con él. Hombre necesitas, pa' que cuide l'hijuela más que no sea, pero tenelo así, con el interés de ser agradoso pa' gozar de tu bienestar y con el susto de que como no es tu marío, el día que te canse lo echái puerta ajuera". Y así lo hice. Viví con otro que era bastante güeno, pero no tanto como Saldaña. A los cuantos años se enredó con una china de Quilquilco. Yo lo supe y l'ije que enredos no, y que se juera. Se jué. No supe más d'él. Después viví con don Saldaña, un poco porfiao y otro poco aficionao al trago. Pero en fin: trabajador y honrao. Murió de una lipidia. Lástima que l'iñorita no l'hubiera visto pa' que me l'hubiera mejorao. Pero más vale que no, porque así di con Saldaña, éste de agora, qu'es tan güenazo, tan trabajaor, y que me aprecea tanto. ¡Je!
  • ¿Y no tiene miedo de que, siendo como es mucho más joven que usted, se le enrede por ahí con alguna chiquilla?
  • ¡Je! Pior pa'él. Si s'enreda con alguna lo echo. Pior pa'él, güelvo a repetirlo, ya que con naiden tendrá la vía más descansá que conmigo.
  • Pero entonces quiere decir que si vive con usted es sólo por interés.
  • Y yo lo tengo tamién por el interés de que me cuide l'hijuela y me cuide a mí. Estamos pagaos.
  • ¿Y usted qué dice, Saldaña?
  • ¿Yo? -y dio otro gruñido de perro, ininteligible.
  • Mire, iñorita... -Se interrumpió doña Santitos para decir al muchacho-: Saldaña, anda esperarme en la reja -y luego continuó diciéndome misteriosamente-: Favor por favor: su mercé me mejoró de mi gurto. Yo le voy a dar a su mercé el secreto pa' ser feliz. Es mi verdá aprendía en tantos años de tantas euperiencias. A los hombres, pa' tenerlos seguros, hay qui'agarrarlos por el mieo a encontrarse cualquier día sin mujer. No hay que icirles nunca sí ni no. Hay que icirles siempre quizá. Créame, iñorita: la mujer que no tiene al hombre sobresaltao'e recelos, está perdía. Créame, se lo igo yo, que por decir una vez sí estuve cinco años penando, y por decir quizá hey pasao el resto de mi vía muy contenta.

Seguía mirándola abismada. Debía de hacer una figura tontamente ridícula, con un pato que aleteaba en una mano, un ramo de cóguiles en la otra, las verduras en ringla a los pies.
Pero la vieja había terminado sus confidencias y me hablaba otra vez de su enfermedad, de su mejoría; me daba las gracias manoteando, se despedía y al fin se marchaba. El muchacho se le juntó en la reja del parque y siguieron hasta la carreta: adelante ella, con el bastoncito tembloroso que parecía decir: quizá; atrás, él, sumisamente, en la duda.

Brunet, Marta. (1962). Doña Santitos. Reloj de sol. Obras completas de Marta Brunet. Santiago, Zig-Zag.

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